En el verano que pasará a la historia por el Waka waka de Shakira, por las incesantes vuvuzelas y sobre todo por la empresa de la Roja, la nacional española que por la primera vez ha conquistado el campeonato mundial de fútbol, he transcurrido algunos días en la región de Castilla y León.
España festejó en todas las calles, sin embargo en las ventanas habían muchas menos banderas de las que esperaba (y de aquellas que habían en Italia antes de la ignominiosa salida a los octavos de final) sobre los periódicos se leen comentarios en los cuales el deporte se mezcla con la política (como en nuestro país) pero ni siquiera la victoria puede disolver al instante la morsa de la crisis que atenaza al país.
El turismo es siempre un recurso fundamental para esta región, cuyos tesoros – en gran parte – tienen que ser descubiertos todavía por los mismos españoles. Desde el avión que me lleva a Valladolid, la meseta aparece como una inmensa mesa pintada por Tullio Pericoli, enriquecida por el oro del trigo de Van Gogh. El río Duero es una serpiente gris y verde que extiende sus anillos en grandísimos garabatos, casi para manifestar toda su angustia que por nada desea acelerar su fin en las aguas del Océano, ya en Portugal.
He llegado en el altiplano a la búsqueda de villas romanas con espectaculares mosaicos, impresionado por la visión de algunas fotografías de los mosaicos musivos de la Olmeda, pero tendré tiempo y modo de descubrir el románico palentino y sus pequeñas iglesias de libros de historia de arte, de admirar algunos simpáticos ejemplares de la rica fauna avícola, de atravesar el Camino de Santiago en el corazón del recorrido “francés” que conduce de Roncisvalle hasta la Basílica del Santo, en Compostela.

He quedado asombrado por la cantidad de peregrinos que, con un sol implacable ya a mitad mañana, avanzaban solitarios o en pequeños grupos. Nombrosas las mujeres solas en viaje.“Valientes” ha reconocido Don Javier Campos Fernández de la Disputación de Palencia, mientras me guiaba hacia el descubrimiento de los alrededores de Carrión de los Condes.
El trayecto de camino que interesa la región palentina corre por casi su completa totatidal, paralelamente a la carretera provincial P-980, así el conductor tiene la oportunidad de cruzar la mirada de los peregrinos y tratar de captar – en unos segundos – el espíritu y las emociones que lo llevan a continuar hacia una meta lejos unos 500 km y unos quince días de duro andar.
Quizás muchos de ellos condividen lo que ha escrito Paulo Coelho “El sueño de un hombre solo es un sueño, el sueño de muchos hombres puede cambiar el mundo”

Al regreso de una de mis visitas encontré el tiempo de pararme en uno de los “oasis del peregrino” que se ubican a lo largo del camino. Todo alrededor infinitos campos. Sintiendo una compilation de Bob Marley, me puse a pensar en una frase de Antonio Machado que había descubierto por casualidad antes de partir y que escribí sobre mi cuadernillo “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Realmente cada uno coge su proprio camino que por gran parte del recorrido no está señalado por ninguna indicación y por lo tanto es alto el riesgo de perderse. Por suerte las carreteras de la Meseta, inciando por la Autovía A-67, son largas rectilíneas en las cuales viajar en coche es un placer sea para los ojos que para los nervios (puestos a dura prueba en las autopistas y carreteras de circunvalación italianas). Pero quien sabe renunciar a la velocidad, tiene la posibilidad de descubrir el territorio desde otras perspectivas, a veces completamente inéditas)

La disputación apuesta mucho por desarrollo del turismo fluvial con pequeñas embarcaciones que acunan a los turistas a una velocidad máxima de 7 km por hora a lo largo de un canal artificial que renace después de haber sido jubilado por el ferrocarril.
Los numerosos amantes de la naturalezza pueden elegir de ir a caballo. Pues aquí nace la asociación de ideas con el célebre drama histórico de Shakespeare, el Ricardo III. Tuve la posibilidad de presenciar a una representación en el teatro abierto de Olmedo y el lancinante grito del tirano “¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!!” quedarà entre mis recuerdos preferidos de este viaje inolvidable, como también no puedo olvidar la activa y generosa colaboración de todas las personas que lo han hecho posible: Mercedes, Javier, Sandra, Raquel, Carmen, Amador, Maria, Maria Antonia. ¡Muchísimas gracias!
Saul Stucchi